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sábado, 1 de junio de 2013

EL NELSON MANDELA QUE CONOCÍ


Uno de los momentos más emocionantes que recuerdo de mi vida de periodista es el día en que veía por primera vez a Nelson Mandela tras su  salida de la prisión de Victor Verster, a 70 kilómetros de Ciudad del Cabo, el 11 febrero de 1990. Al igual que otros cientos de miles de personas que abarrotaban la plaza del ayuntamiento, me había pasado todo el día a la espera de ver aparecer por el balcón del consistorio al preso más famoso del mundo. 


Desde la tarde del día antes, cuando el presidente De Klerk anunció su inminente liberación, Sudáfrica por entero se puso en movimiento. Creo que esa noche nadie durmió, el que no cantaba o bailaba por las calles se había puesto en marcha camino de la ciudad donde iba a pronunciar su primer saludo y discurso Nelson Mandela. Tampoco los periodistas que nos encontrábamos en Ciudad del Cabo para cubrir la noticia. Desde el amanecer habían ido llegando a Ciudad del Cabo gentes de todo el país en autobuses, camiones,  automóviles, cualquier carromato con ruedas, la mayoría destartalados, sin puertas ni ventanas, por los que asomaban brazos en alto, la mayoría simplemente a pie, muchos sin más ayuda que su bastón. Pero todos cantando, todos a paso de danza. Un país entero se había puesto en pie bailando.
La multitud que se había agolpado para recibir al líder más carismático que ha tenido Sudáfrica y probablemente también el mundo, hacía casi imposible el avance del coche de Mandela, alargando la espera y el frenesí de la  gente que esperábamos en una plaza donde ya no cabía ni un alfiler. Buscando un lugar donde sentarme a esperar, dí por azar con el escalón de entrada de una de las puertas traseras del ayuntamiento. Como todo el mundo esperaba frente a la puerta principal de la fachada delantera, nunca imaginé que yo sería la primera en ver de frente al hombre que, flanqueado por los jóvenes guardaespaldas del Congreso Nacional Africano, su partido, trataba de entrar por la puertecilla donde yo me había ido a sentar.

Primeras palabras al mundo

Debía ser tal el horror en mi cara al ver la avalancha de gente que en un momento había llenado ese lugar, amenazando con aplastarme contra la puerta a punto de cerrarse, que el mismo que la había abierto para Nelson Mandela me tiró del brazo desde el interior para hacerme pasar con su comitiva.
Allí, en lo alto del segundo piso donde se encontraba el famoso balcón desde el que Nelson Mandela hablaría por primera vez a Sudáfrica y al mundo tras su liberación, me encontré entre los invitados ilustres de medio mundo que habían ido a recibirle, como Jesse Jackson, el primer negro que competía por la candidatura demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. Así ,que aproveché mi libertad de movimientos para buscar el ángulo mejor para ver y escuchar al hombre al que era recibido con la mayor explosión de alegría que recordará el mundo en muchas décadas, al grito de Viva Mandela, Viva Sudáfrica.
Desde detrás mismo de Mandela donde me había situado, podía ver y sentir el bullir de la plaza casi desde su misma posición o perspectiva. Dando gracias por no encontrarme en otra de las situaciones más fóbicas que me ha deparado en más de una ocasión mi trabajo como periodista, que es la de quedar atrapada en medio de una avalancha, al ver como el cordón que separaba a los periodistas de la multitud había sido roto y su espacio totalmente invadido.
 A menos de cinco metros de Nelson Mandela y a este lado del micro, podía sentir casi su respiración, el timbre de emoción en cada una de sus palabras, su presencia benefactora, una bondad que parecía derramarse entre los que tenía a su lado, pero también sobre la multitud que se agolpaba abajo en la plaza. Sus palabras sin concesiones, recordando a los presentes que la lucha contra la injusticia y el apartheid no había terminado con su liberación, carecían de todo resentimiento.
Me di cuenta de cuan privilegiada había sido al encontrar esa mano que tiró de mí hacia dentro del ayuntamiento, librándome no sólo de ser aplastada contra la puerta que se cerraba tras Mandela, si no por haber podido verle en persona y asistir a su discurso desde tan cerca.

Entrevista en Soweto

Pero los privilegios que me tenía reservada la suerte en ese viaje no terminaron allí. Tres días despues, de regreso a Johannesburgo, donde Nelson Mandela tenía su antiguo hogar, uno de los jóvenes radicales del Congreso Nacional Africano a los que había contactado desde España para concertar una entrevista con Winnie Mandela que había realizado a mi llegada a Sudáfrica semanas antes, pasó por mi hotel y me dijo: Let’s go! ¡Vamos!
Sabía que íbamos a Soweto, el barrio negro en Johannesburgo donde tenía su casa Nelson Mandela, allí donde se agolparían los periodistas llegados de todas partes del mundo, lo que no imaginaba es que yo iba a tener el privilegio de poder entrar en aquella casa y ser la primera occidental en entrevistar a Nelson Mandela.
Nelson Mandela había anunciado que no quería hablar para la prensa oficial sudafricana ni para la occidental antes de hablar con los suyos, los notables del CNA, entre los que se encontraba algún periodista de los órganos del partido o de la oposición negra al apartheid. La comparecencia oficial ante la prensa blanca sudafricana y del resto del mundo tendría que esperar al día siguiente.
Gracias de nuevo a una mano amiga, me encontraba metida en el mismo patio y frente a frente con Nelson Mandela. Armada de preguntas y audacia, aproveché la silla delante suyo que me ofrecieron para lanzarme en picado a una entrevista en toda regla. Podía haberse negado a contestar al ser presentada como la periodista española enviada de Diario16, para ser enviada al otro lado de la puerta de la calle donde se agolpaban mis colegas del New York Times, El País o Le Monde.
Pero Nelson Mandela se limitó a sonreír y a contestar con paciencia y bonhomía a cada una de las preguntas. Nunca he tenido que echar mano de tanta audacia para una entrevista. Y no tanto por la forma en que cogí al vuelo la oportunidad que se me brindaba si no por lo imponente que resultaba el personaje, la dignidad que desprendía, la presencia colosal que tenía. Atravesar el halo de respeto y autoridad que su presencia amable imponía para aguijonearle con una batería de preguntas comprometidas, fue todo un reto como periodista.
Pero Mandela estaba más preparado para la entrevista que yo misma. Sin esquivar ninguna pregunta, se explayó con la mayor naturalidad sobre los temas más espinosos, respondiendo con tanta contundencia como amabilidad. Era un hombre justo, era un hombre digno, que encarnaba con creces el mito que alrededor de él se había creado. Podía verse en la valentía de sus respuestas en una Sudáfrica donde todavía regía el apartheid, pero sobre todo en su actitud, en su mirada llena de piedad y comprensión. Algo que me impactó especialmente en alguien que había pasado los últimos 27 años en presidio. Nunca me he encontrado con un personaje que pueda hacer una denuncia tan radical de la injusticia sin perder la sonrisa. Una sonrisa que siempre recordaré como una de las más bellas que he visto en mi vida.
Hoy el nonagenario Nelson Mandela vive su vejez rodeado de todos aquellos que se disputan su herencia política, también familiar, convirtiendo la explotación de su imagen en una especie de vodevil que ha hecho saltar la polémica y la indignación entre aquellos que reclaman respeto para el que sigue siendo el político más venerado del mundo.

Un mes de trabajo continuado

Aunque él ya no está en condiciones de defender su mensaje y posición por sí mismo, su legado sigue muy vivo en el corazón de todos los que le han conocido, sea directa o indirectamente. Al releer la entrevista que le hice veo cuan vigente sigue siendo su mensaje.
Muchos colegas que esperaban a la puerta de la casa me preguntaron qué había hecho yo para conseguir entrar. Uno de ellos, el del New York Times, con quien coincidí años después en Argelia, donde compartimos el privilegio de ser los primeros periodistas autorizados a entrar en el país en muchos años, aun no lo había olvidado: “Todavía no entiendo y me pregunto qué hiciste tú para ser la única que logró entrar en aquella casa y entrevistar a Mandela”. Cierto que aquella entrevista era en buena parte producto de un mes de trabajo continuado en Sudáfrica, en el que las visitas a Soweto y sus aledaños negros, o las entrevistas a diferentes personajes importantes en la lucha contra el apartheid como Winnie Mandela, la entonces esposa de Nelson Mandela, o Desmond Tutu, terminaron por hacerme más de un buen amigo entre los miembros del CNA, mientras que el resto de periodistas extranjeros terminaban de llegar para cubrir el acontecimiento del momento. Pero seguramente, de nuevo, tuvo también mucho que ver la suerte. La suerte, tan necesaria al periodista como la audacia y la tenacidad. Tiempo antes me había pasado un mes encerrada en un hotel de Trípoli a la espera de una entrevista con Gadaffi que cada día me prometían para el día siguiente y nunca se produjo. En Sudáfrica, en cambio, prácticamente me caía del cielo una exclusiva internacional.
Mi experiencia sudafricana marcó un antes y un después en mi vida como periodista. Como un San Pablo caído del caballo, la periodista entrenada para ser escéptica y desconfiada ante todo personaje político o con poder, recuperaba la fe al encontrarme con este político desprovisto del cinismo habitual.
Tampoco el mundo sería el mismo sin Nelson Mandela.
Sin Nelson Mandela tal vez no habría existido Obama, pensé cuando escuchaba en directo por satélite el famoso discurso de las primarias en el Partido Demócrata que le llevarían a la presidencia de Estados Unidos, en el que resonaban tantas palabras, y la misma presencia amable, natural y serena, que años antes viera por primera vez en el hombre que hablaba al mundo desde el balcón de la Plaza del Ayuntamiento de Ciudad del Cabo. No en vano siempre hubo una gran relación entre los movimientos negros por los derechos civiles en Estados Unidos y la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, estando Jesse Jackson y los sectores más progresistas del Partido Demócrata entre los que más presión política internacional hicieron por la liberación de Nelson Mandela.



5 comentarios:

  1. "increible, se me ha puesto la piel de gallina"

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  2. Gracias Carlos, la verdad es que tambien a mi se me puso la piel de gallina ese dia. Un abrazo

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  3. Excelente artículo, bien narrado, bien escrito, consigues trasmitir verdadera emoción con tus palabras, enhorabuena.

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  4. ..... Sin NELSON MANDELA tal vez no habria existido Obama... no a lugar a dudas... es una certeza... muy buen articulo.

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  5. Gracias Cesar, es lo que pensé al ver a Obama por primera vez en su famoso discurso ante la convención Democrata, por ello no me extrañó cuando el mismo Obama reconoció la inspiración que había sido Mandela para él a la muerte de éste. También Obama llegó con una aureola de humanismo que contrastaba con el implacable hombre del capital, la guerra y el mercado que era Bush

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