Con Gabo en casa de su hermano Jaime en Cartagena de Indias, agosto 2011 |
"Qué guapa"
“Qué guapa”
era el mismo tipo de saludo con el que me había recibido a mí, a pesar de que
era la segunda vez que me daba la mano y la primera que me veía en una reunión
privada. “Qué guapa” repitió en cuanto la muchacha que nos servía se acercó y
le llenó el plato con arroz de coco y algún que otro manjar de la rica comida
cartagenera que se sirve en esa casa. Vi que a Gabo se le iluminaba la cara
cada vez que veía a una mujer con algo bonito, aunque sólo fuera un collar de
cuentas de colores tagua como el que llevaba yo. Tal vez simplemente se le
iluminaba la cara cada vez que alguien se dirigía a él sonriéndole y con algún afecto, algo que suele ser más visible en las mujeres, sobre todo en
Cartagena, expresivas donde las haya.
Me encantó
descubrir que alguien puede haber perdido buena parte de la memoria de quien ha
sido, pero no la sonrisa, el gusto por la belleza, la empatía, el afecto. Así,
a través del Nobel que apenas conservaba ya conciencia de su fama y gloria, creo
que pude conocer tanto del escritor como lo había hecho a través de sus
memorables libros. El núcleo de sí mismo, lo último que se pierde cuando el
disco duro de la memoria empieza a rayarse, no es lo que has leído, escrito o
recuerdas, sino una zona donde moran los afectos, sentimientos, sensaciones y
otras cualidades inefables. Una zona irreductible de la que brota y sobre la
que se construye todo lo demás, desde la personalidad a algunos de los mejores
libros de la historia.
Mi conversación con Gabo
Como Gabo
tenía ya evidentes problemas para seguir una conversación a seis o siete bandas, que era
el número de comensales, lo sentaron a mi lado para que conversara con él. Ni
que decir tiene cuán honrada me sentí por la distinción y confianza con la que
me honraba su hermano Jaime, así como contenta por la oportunidad que se me
brindaba de poder hablar con tan admirado escritor.
Hacía unos cinco
años que Gabriel García Márquez no había aparecido por Cartagena, donde
mantiene una casona, al parecer por problemas de salud, que le habían obligado a vivir
entre su casa de México y la de Los Ángeles, ciudad donde recibía tratamiento
por el cáncer. Y al verlo tan feliz en casa de su hermano y de su adorada
cuñada Margarita, le pregunté:
-¿Estás
contento de estar de nuevo en tu país, en la que era tu ciudad, en casa? – le dije
mientras el resto de la mesa se había enzarzado en una discusión sobre algún
tema político.
-¿En qué
casa? – me preguntó con una expresión de desorientación que delataba al hombre
traído y llevado ya por su mujer a los sitios sin que él pudiera tener una
conciencia clara o recuerdo preciso de ellos.
-Pues en tu
casa de Cartagena, aquí donde tienes a tu hermano.
-¡Ah! –
emitió una gran sonrisa socarrona -. Como mi mujer tiene tantas casas.
Ahí me di
cuenta de que además del gusto por la vida, mantenía intacto el sentido del
humor más genuino, que es ese en el que uno es capaz de reírse de sí mismo.
La desmemoria de "Gabito"
El resto de
la conversación fue la que se puede sostener con alguien que ha perdido gran parte
de la memoria, lo que le obliga a hacer grandes esfuerzos para procesar y
situar cada cosa de la que hablas en su sitio. Lo que confirmaba la primera
impresión que había tenido de él meses antes en Monterrey, México, con motivo
de la entrega de los premios de la Fundación Nuevo Periodismo. El Nobel era el
que presidía la mesa y entregaba los premios, lo que hacía con un beso y una
gran sonrisa, pero casi sin abrir la boca. Probablemente fue una de sus últimas
apariciones en un acto oficial, aunque se siguió mostrando en las fiestas de Cartagena hasta fechas relativamente recientes. Su
"desmemoria" era algo de lo que no se hablaba, por lo que las primeras
declaraciones de Jaime hablando de los problemas de memoria del escritor causaron gran revuelo en la
familia y círculos aledaños a García Márquez. Pero no sólo era un secreto a
voces, sino algo con lo que estaban al corriente los cercanos a la familia. Según
Jaime García –que así se hace llamar con modestia el hermano que ha mantenido
el vínculo más estrecho con el Nobel hasta el final-, la demencia senil es algo
que ha estado muy presente en todos los miembros de su familia, pero atribuía
la forma en que se había podido manifestar sobre “Gabito” a los
efectos de las quimios continuadas.
Fuera o no
exacto el diagnóstico de su hermano Jaime, no cabe duda de que la enfermedad
disminuyó las facultades de García Márquez en sus últimos años de vida,
impidiéndole volver a escribir. Pero hoy sólo puede engrandar a nuestros ojos la inmensa
dignidad con la que supo llevarla.
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