(FOTO: Pepa Roma) |
El fantasma de Sadam aún sirve para
criminalizar cualquier forma de nacionalismo laico pan-árabe, y, por extensión, a todos los suníes. Unos 170 de los 500 candidatos han sido vetados, bajo la acusación de
mantener vínculos con el ilegalizado Baas; al tiempo que la escalada de
violencia entre facciones se ha convertido en un ensayo de guerra civil que cuestiona la propia viabilidad de las elecciones.
Lo que queda del propio Baas libra una guerra de guerrillas dirigido por el hombre más buscado de Irak, Izzat Ibrahim. Las apariciones
periódicas del antiguo vicepresidente de Saddam Hussein, vestido
con el traje de campaña verde oliva del antiguo ejercito iraquí, como puede apreciarse en videos que
envía a las televisiones árabes, sirven tanto para llamar a la lucha contra el
ocupante norteamericano como contra Irán, el enemigo secular de Irak, del que
considera que Al Maliki es su hombre de paja. Lo que hoy hace decir a más de uno de los que visitó Irak en tiempos de
Saddam Hussein que si éste levantara la cabeza, mas que por su estatua
despedazada por los suelos, tendría motivo para rasgarse las vestiduras por la
montaña de escombros en la que ha quedado el país que quiso construir como monumento a su particular idea de la modernidad. Una
preocupación que estaba ya implícita en las palabras del
propio Saddam al recibirnos en el Palacio Presidencial a los periodistas
españoles, invitados a visitar el frente de la guerra con Irán,
en enero de 1983.
"Si algo a favor del tan denostado tirano puede decirse -recuerda el mismo diplomático-, es que quiso hacer un Irak unificado, donde chiíes y suníes, también cristianos, convivían en el gobierno y en la sociedad, sin distinción de credos".
Saddam Hussein era un caudillo que gobernaba con mano férrea y distante, tan inaccesible a la prensa como invulnerable a los numerosos intentos de acabar con su vida, y por ello me llenó de sorpresa el día en que, tras numerosas visitas a la zona, el líder nos llamó al Palacio Presidencial. Yo era redactora de El Periódico de Catalunya y, junto con otros cinco periodistas, formaba parte de una de las primeras delegaciones que visitaba el país desde la declaración de guerra a Irán en septiembre de 1980. Pero aquella vez no era la primera vez que pisaba Bagdad.
VANESSA REDGRAVE, LA AMIGA DE IRAK
Mi primer viaje, y también el primer reportaje que
había dedicado al país, había sido a principios de 1978, como intérprete de
inglés para una empresa catalana, un trabajo a tiempo parcial con el que
obtenía algunos ingresos en mi época de estudiante. Saddam Hussein, que entonces era vicepresidente, empezaba a aparecer en los posters callejeros junto
al presidente Ahmed Hassan Al-Bakr, como una especie de delfín o hijo putativo
de aquel al que iba a derrocar un año más tarde.
El país estaba todavía herméticamente cerrado a la prensa
internacional y lo que pude ver de la sociedad iraquí; los lugares que visité y
fotografié -desde las excavaciones de la antigua Mesopotamia a los lugares
santos del chiísmo- sabía que constituía un buen botín para la periodista
free-lance que ya era. De allí salió uno de los primeros reportajes sobre Irak
publicados en España, revista Jano en febrero de 1978. Un reportaje crítico con
una dictadura de la que se sentía la presencia asfixiante de los guías que te
acompañaban a todas partes, pero que haría que en lo sucesivo la embajada de
Bagdad en Madrid me invitara a foros o encuentros internacionales donde pude conocer a políticos, expertos y periodistas árabes y europeos, lo que
coincidía con el comienzo de una cierta apertura cuando menos de conocimiento
del Irak de Sadam Hussein al exterior.
"EL HOMBRE QUE SUMINISTRA EL PETRÓLEO A SUÁREZ"
Era la época de un Irak boyante, donde las casas
unifamiliares de reciente construcción, los logros en la alfabetización tras la
aprobación en 1976 de la ley de educación obligatoria para ambos sexos, o los
nuevos ingenieros y profesionales que salían de las universidades iraquíes estaban
cambiando el país, y Saddam Hussein se complacía en mostrar los logros
materiales de la llamada revolución baasista. Así pude conocer a Vanessa Redgrave en su faceta de activista política, que
acudía a uno de esos foros en representación del Partido británico de los
Trabajadores, y traerme alguna que otra codiciada pieza informativa para las
revistas con las que colaboraba, como la entrevista con el ministro del
Petróleo, publicada en Interviu con el título "El hombre que suministra el
petróleo a Suárez". También como pude ver la gran simpatía de la que
gozaba nuestro país y el lugar mítico en el imaginario colectivo que seguía
teniendo para los árabes la recordada Al Andalus, que se expresaba
en ocasiones en los cargamentos de petróleo que donaba graciosamente a la
naciente democracia española.
Por lo tanto, cuando en 1983 visitaba Irak por cuarta vez conocía ya bastante de ese país como para saber lo caro que era de ver Saddam Hussein. Raramente aparecía en público y sus declaraciones se daban a conocer siempre por escrito ornamentadas de fotos halagadoramente oficiales, aunque en la época nadie hablara del photo-shop. Recibirnos era una demostración de su afecto por España y de que le importaba la imagen que de su persona pudieran tener los españoles.
EL ENCUENTRO CON SADDAM HUSSEIN
El líder de hieratismo faraónico, sonrisa distante, indumentaria siempre en tonos oscuros y porte severo, con los que aparecía en los retratos, nos sorprendía con un fuerte apretón de manos y una sonrisa más propia de un político decidido a seducir a su público que de un dictador. Llevaba traje de campaña y tenía el color moreno de quien está curtido por los vientos del desierto, la violencia y la ambición desmedida. Si lo hubiera conocido, es verosímil que Lawrence de Arabia lo hubiera convertido en su héroe de campaña. Era el suyo uno de los muchos disfraces del poder, cuando los periódicos locales ofrecían imágenes del líder visitando el frente y a los heridos en la retaguardia, pero no menos revelador del hombre que nos tendía la mano. El presidente de traje y corbata asumía su verdadera función de comandante en jefe y, de paso, prescindía del traje occidental para presentarse con una nueva faceta de sí mismo.
-La presencia del Islam ha aumentado en nuestro país y está disminuyendo en Irán. Allí habrá abjuraciones cuando desaparezca Jomeini, porque su camino no es el del verdadero musulmán - son las palabras de Saddam Hussein que todavía conservo en el cuaderno donde escribí la crónica a mano sobre el encuentro antes de enviarla para su publicación.
Por primera vez, el hombre del que habíamos leído
profusas citas sobre el modelo de estado socialista y laico del Baas se
presentaba hablándonos de la importancia de la religión. La guerra exigía la
unidad y un adoctrinamiento en lo único que une a todos los iraquíes, el Islam,
aunque la mayor parte del país sea chií, como en Irán, mientras que Sadam
Hussein y la 'clique' gobernante eran suníes.
-El verdadero Islam, cuando nació, significó un progreso
en la civilización, liberó a los hombres y a la mujer y convirtió al esclavo en
libre y al hombre de color en igual. El verdadero Islam no es el de Jomeini.
Frente a la bandera del Islam que enarbolaba Jomeini para
arrastrar a los iraníes a una cruzada contra Irak, Saddam Hussein se hacía con
su propia bandera.
-Jomeini engañó a su pueblo pretendiendo que Irán puede
establecer un gran imperio amplio con base en Teherán, pero permaneció en el
exilio, aquí en Irak, en Najef, y en París, mientras las masas hacían la
verdadera revolución en Teherán. Me pregunto si ahora, igual que lo aclamaron
millones de iraníes a su regreso del exilio, podría salir solo por calles y
pueblos. Ha perdido la revolución porque no la entiende.
“EL CORÁN ES ÁRABE”
El hombre que probablemente más ha hecho en el mundo
árabe por mantener a Al Qaeda y otros extremismos religiosos bajo control o
fuera de sus fronteras, empezaba a comprender que era mejor integrar los
sentimientos del pueblo que reprimirlos.
El país compacto, de casitas bien alineadas, que había
querido construir con la bonanza de la renta petrolífera había llevado en solo
unos años electricidad, agua corriente, dispensarios y escuelas al pueblo. Pero
se veía en peligro precisamente por el sentimiento y la pasión religiosa
estimulados por Jomeini durante sus años de exilio entre los chiíes del sur de
Irak. Un estado de revuelta y sedición permanente que encontraba su
correspondencia en los kurdos, mayoritarios en el norte del país, lo que hace
que todavía hoy, más de un opositor a Saddam siga sosteniendo que, a diferencia
de la que luego libraría contra Kuwaiit, la guerra contra Irán era una guerra
anunciada, a la que Saddam se vió irremediablemente abocado tras la victoria de
la revolución islamista de Jomeini, porque de Irán llegaban las consignas
sediciosas dirigidas en especial a las ciudades santas de Najef y Kerbala, de
antiguo los principales centros de peregrinación chií.
-El Corán es árabe. El Islam nació en el pueblo árabe. La
misma lengua de los ángeles y del Señor es el árabe. Los árabes son los que
mejor pueden comprender y expresar el Islam.
Saddam, derrotado por el Islam más que por Irán,
pretendía ahora combatir a Jomeini en su propio terreno. Reivindicando por
primera vez la dimensión religiosa de un socialismo que hasta entonces se había
querido secular y laico y, en el nacionalismo árabe, una forma diferente de
entender el Islam frente al ideario del enemigo persa.
-En el mundo islámico no es posible una tecnificación de
la guerra sin alma, ni empujar a los hombres a una revolución sin una
motivación espiritual - era la lección que había aprendido de una guerra que
los iraníes libraban como una gran cruzada religiosa.
El dinero con que había querido comprar a su pueblo le
había conseguido aceptación y adhesiones, especialmente entre los suníes, pero
no tantas como para acallar a los chiíes del sur o a los kurdos del norte, e
incorporarlos a la idea de estado compacto y unificado que Saddam quiso hacer
de Irak. Desde la primera visita comprendí que estaba en una dictadura, pero no
una dictadura donde el terror se desata de forma personal e inconsecuente como
en otros países del mundo árabe. Era una dictadura paternalista, que obligaba a
todos a observar unas normas un tanto espartanas como para hacer de Irak un
espacio cuasi monacal con funcionarios disciplinados y un ejército leal y bien
remunerado. La obediencia era siempre recompensada.
EL S.O.S DE SADDAM
Saddam Hussein se presentaba como defensor del
"verdadero Islam". Pero también como un hombre que estaba enviando
una especie de S.O.S. de ayuda para quien quisiera oírle.
-El coste de la guerra ha sido enorme - nos confesó en un
tono franco que no dejaba de sorprender en un dictador.
-¿Veremos en algún momento la paz con Irán? - le preguntó
alguno de nosotros.
-Es Jomeini en persona quien se niega a hacer la paz.
Su interés en encontrar una salida negociada al conflicto
que él mismo había desatado se había puesto de relieve con el reciente
nombramiento de Tarik Aziz al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Aziz,cristiano fiel y uno de sus más estrechos colaboradores, estaba en la
época particularmente cercano a Francia, que era el principal proveedor de
armamento al régimen de Bagdad, así como el artífice de la reanudación de los suministros de
la URSS; y, por todo ello, considerado uno de los más hábiles negociadores de
Saddam con las potencias.
-Es cierto que se ha elegido a Tarek Aziz como el negociador más eficaz para dirigir
las relaciones exteriores -reconoció Saddam-. Se avecina una gran actividad
negociadora.
-¿Quiere decir que pronto podríamos ver el fin de la
guerra?
-En las próximas semanas podríamos ver un desenlace, pero no negociado, sino militar, con una matanza de enormes proporciones para ambos bandos - anunció.
Saddam Hussein nos habló de las noticias que tenía de una
creciente concentración de tropas iraníes en el frente de Missan, al Sur del
país, que se preparaban para desencadenar una ofensiva con la que Teherán
pretendía conseguir la victoria definitiva sobre Bagdad. El ataque se esperaba
para el 11 de febrero, dia del cuarto aniversario de la revolución de Jomeini.
-¿Temen que con esta descomunal ofensiva, Irán gane la
guerra?
-No tememos esa ofensiva porque estamos seguros de poder
aplastarla, pero aplastar el gran contingente humano que se acerca puede tener
unas consecuencias extremadamente graves, decisivas para que cambie la
situación. Y desearíamos evitar ese derramamiento de sangre.
Saddam Hussein no podía reconocer la posibilidad de
perder la guerra, pero sabía que tampoco podía ganarla.
-¿Cómo puede cambiar las cosas el gran enfrentamiento que
anuncia?
-Pueden ocurrir dos cosas: que se estanque la situación
en el frente o que se entre en una mecánica de negociación.
LA GUERRA DONDE NACEN LOS SUICIDAS DEL ISLAM
Saddam Hussein nos recibía después de nuestra visita al
frente. Seguramente había querido que viéramos algo por nosotros mismos de lo
que ahora nos hablaba. La mayoría de los 15.000 prisioneros iraníes apresados no sólo eran en su mayoría civiles sino adolescentes y
hasta niños de menos de diez años, como pudimos comprobar en
la visita a uno de los campos de concentración cerca de Kerbala. De los casi
mil prisioneros allí recluidos, sólo 110 pertenecían al ejército regular, y el resto eran del llamado Ejército
Popular iraní. Muchos de ellos todavía llevaban la camiseta con el nombre de
Kerbala, la ciudad santa por la que iban a morir. Según los guardianes del
campo llevaban por toda documentación sus "pasaportes para el
paraíso", que se entregaban a todo el que se enrolaba voluntario.
A pocos kilómetros de allí, en el frente de Missan, era
difícil no ver el miedo con el que esperaban la noche los soldados achicados en
sus trincheras mientras te contaban como habían visto caer a su lado a un
compañero degollado. No había cañones capaces de parar a miles de niños armados
con sólo un cuchillo y su fe. Chicos que se lanzaban a pecho descubierto contra
las balas. Miles morían, pero otros seguían reptando de noche por llanos y
colinas con solo un cuchillo entre los dientes hasta caer con el mayor sigilo
sobre los soldados iraquíes en sus propias trincheras. Era algo que sorprendía
al mundo entero que veía por primera vez a jóvenes suicidas adoctrinados para
morir por el Islam, en una guerra santa en la que lo único moderno eran las
máquinas de muerte.
EL PRINCIPIO DEL FIN DE SADDAM HUSSEIN
Era el principio del fin de un Irak que podía haberse
consolidado como un país desarrollado y una sociedad acomodada gracias a las
rentas del petróleo. Pero el líder iraquí firmó el armisticio que ponía fin a
la guerra en 1988 solo para embarcarse en la invasión de Kuwait, tras la que
terminaría siendo literalmente cazado como un conejo en su madriguera. ¿Cómo
alguien que había visto y sufrido el horror y la devastación en la guerra
contra Irán se embarcaría nueve años después en otra guerra, que retaba a todos
los países de la zona tanto como a Occidente?
La invasión fue un fatal error de cálculo, el
límite que nunca debió sobrepasar un hombre al que el vacío creado por la
desaparición de la URSS había dejado expuesto como un muñeco de feria contra el
que disparar. ¿Fue también una trampa? No falta quien atribuye a los mensajes
equívocos que recibió Saddam por esos días de sus aliados en Occidente la
creencia de que podía permitírselo, metiéndose él mismo en una ratonera, de la
que las acusaciones de tener unas supuestas armas de destrucción masiva que
nunca aparecieron, sellarían su suerte. El boicot internacional haría el resto,
convirtiendo al pujante Irak en un país hambriento y con enormes vacíos
de poder en el Estado semiderruido. Unos vacíos ocupados en poco tiempo por
facciones de todas clases y tendencias que ninguna fuerza democrática ha
logrado aglutinar. Con un balance de un millón de muertos, la mayoría de
ellos civiles, desde que Bush decidiera invadirlo en 2003.
Pero todo esto todavía no podíamos saberlo esa mañana de
enero de 1983 en la que Saddam Hussein nos recibía en su despacho
presidencial. Un hombre de aspecto imponente que todavía tenía tras de sí un
país compacto y bien encuadrado; el respaldo de una gran potencia, la URSS; y
países amigos desde los que llegaban soldados y voluntarios para combatir a su
lado, como los de Egipto.
-Presidente - quiso añadir una última pregunta uno de los
periodistas que había estado en el país vecino cubriendo la revolución islámica
- me gustaría saber si cuando vuelva a Irán o desde las páginas de mi periódico
hay algo que pueda transmitirle al Imán Jomeini de su parte.
Por un momento pensé que nos iban a tomar por espías o
enviados del enemigo y ser fusilados allí mismo. Sabía a cuanta gente Saddam
Hussein había metido en la cárcel. Saddam Hussein calló, impasible, durante
unos segundos, escrutó el rostro del periodista español, y por un instante pareció
que estaba a punto de echarse a reír. De ese encuentro todavía guardo una foto
que le hice al dictador riéndose de una de nuestras preguntas.
(FOTO: Pepa Roma) |
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